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“Una guerra que no se ha ganado en 40 años es una guerra perdida”. Así resume el fracaso de la lucha contra el narcotráfico el expresidente y nobel colombiano
Juan Manuel Santos, quien, en una entrevista con EFE en Lisboa, apuesta por legalizar la droga “para controlarla mejor”.
Miembro de la Comisión Global sobre Políticas de Drogas, que se reúne en estos días en la capital lusa, Santos se suma a la propuesta de la organización para revisar la clasificación de las drogas de acuerdo a criterios científicos.
“La clasificación viene de los años 60 y 70 y es una clasificación que no tiene mucha coherencia, más bien es ideológica, de conveniencia”, explica el nobel de la paz colombiano. “Estamos proponiendo una reclasificación basada en la ciencia, no en la ideología”, agrega.
El combate contra el narcotráfico en los términos en que se viene desarrollando no dará resultados, advierte: “Hace más de 40 años que estamos en esta lucha contra las drogas decretada por Naciones Unidas y no se ha ganado. Y una guerra que no se ha ganado en 40 años es una guerra perdida. Hay que reinventar esta guerra contra el narcotráfico y las drogas y una de las formas más efectivas es quitarle la prohibición a todo lo que tiene que ver hoy con el tráfico de drogas y racionalizarlo para poderla controlar mejor”, dice.
Hace más de 40 años que estamos en esta lucha contra las drogas decretada por Naciones Unidas y no se ha ganado. Y una guerra que no se ha ganado en 40 años es una guerra perdida
“Hablamos de un enfoque que sea salud, derechos humanos, que podamos quitarle el elemento de crimen al consumo en pequeñas dosis, y al tráfico”, sostiene. Es un proceso similar al que se vivió durante la “ley seca” en Estados Unidos: “La prohibición entrega ingentes cantidades de dinero a las mafias”.
Colombia, recuerda, “quizá sea el país que más sacrificios ha hecho en esta guerra contra las drogas. Hemos sido los que hemos puesto más muertos, más sangre y más violencia y seguimos siendo el primer país exportador de cocaína a los mercados mundiales, entonces algo no está funcionando. Enormes esfuerzos y una voluntad política enorme” lograron desmantelar grandes carteles, pero “el negocio continúa haciendo estragos”, reconoce el expresidente (2010-2018).
Su conclusión es clara: “Es una demostración de que no está funcionando una guerra que no puede ser de un país, tiene que ser una guerra de muchos países porque es un negocio multinacional”. Colombia busca ahora avanzar en programas de sustitución voluntaria de los cultivos de hoja de coca, “la única alternativa”, opina, para intentar frenar la producción.
En enero, Santos se convirtió en el segundo expresidente colombiano -antes lo hizo César Gaviria- en integrar la Comisión Global sobre Políticas de Drogas, una reconocida organización integrada por exmandatarios, en su mayoría latinoamericanos, para abordar el fenómeno con un nueva perspectiva.
Quizá sea el país que más sacrificios ha hecho en esta guerra contra las drogas. Hemos sido los que hemos puesto más muertos, más sangre, violencia y seguimos siendo el primer exportador de cocaína
Desde que dejó la presidencia de Colombia, a mediados del pasado año, Juan Manuel
Santos ha tratado de mantenerse al margen de la política interna y, durante la entrevista con EFE evitó entrar en temas de la agenda colombiana.
No obstante, responde a las versiones atribuidas a testigos protegidos sobre la supuesta aportación de un millón de dólares de Cemex a su campaña para la reelección en 2014.
“Las contribuciones que hizo Cemex se hicieron a través de los partidos políticos. Todas fueron registradas y ahí no hubo absolutamente nada ilegal, ni siquiera antiético”, afirma.
Apuesta por mecanismos de limpieza política en su país -“estoy de acuerdo con todo lo que sea darle más transparencia al sistema político”- y defiende su labor contra las ejecuciones extrajudiciales conocidas como falsos positivos durante su gestión como ministro de Defensa en el Gobierno de Álvaro Uribe. “Yo fui el que acabé con los falsos positivos”, afirma Santos. “Los culpables deben ser condenados”, insiste.
Para acabar con la crisis de Venezuela aboga por una “transición pacífica hacia la democracia” basada en el diálogo y en una “salida digna para este régimen”.
En el diseño de “este puente de oro para el régimen” serían determinantes Rusia, Cuba, China, Estados Unidos y sus vecinos latinoamericanos. Y advierte: “La peor de todas las soluciones sería la violencia porque duraría décadas en volver a corregirse y Colombia sería el país más perjudicado”.